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Publications El maravilloso mundo de Bujamey  Por: Jose Antonio Evora El maravilloso mundo de Bujamey Por: Jose Antonio Evora
El Nuevo Herald 14 de julio del 2002



El Nuevo Herald
July 14, 2002
Section: SECTION: Galeria
Edition: EDITION: Final
Page: PAGE: 6E
EL MARAVILLOSO MUNDO DE BUJAMEY
SOURCE/CREDIT LINE: JOSE ANTONIO EVORA, El Nuevo Herald
Probablemente Bujamey no haya existido jamás, pero lo que sí es seguro es que existe y existirá para siempre gracias a la soberbia pintura de Vicente Hernández. El mito de asentamientos aborígenes en el sur de La Habana, Costa Rica y el punto costero fronterizo entre Venezuela y Guyana le ha servido de pretexto al artista para poblar decenas de lienzos con las figuras que sus vivencias y su imaginación dan al dolor por todo lo perdido. Es tal la fuerza de la serie, que uno llega a ver en ella los sueños y las pesadillas que nunca tuvo sobre algún pueblo costero de casas de madera y calles anegadas transitado en la infancia y nunca vuelto a ver tan claramente hasta hoy, o escenas bíblicas de un novísimo testamento sobre el más desgarrador de los desarraigos: el de quien por amor entrañable se aferra a su micromundo y no parte, pero lo ve partir.
De manera que el tema del emigrante y el exiliado está visto aquí, pero desde el lado de adentro, del que se queda y sufre menos o más y, en vez de insultarnos y gritarnos procacidades por habernos ido (a la gente y a las cosas), nos insinúa sus reproches con una belleza formidable. La gente somos nosotros mismos, esos personajes diminutos esparcidos por todas partes en casi todas las piezas, incluso bogando en un dirigible porque, como dice el pintor, ``el aire de mis obras es navegable''. Y las cosas van desde un anuncio de la Cuban Telephone Company en un poste eléctrico hasta un omnipresente edificio de cuatro plantas, el Hotel Cervantes, en Tras la ventana de antes.
Ese edificio reaparece una y otra vez en cuadros como La última hora, El arca, Cuando llega el desvelo, Carrusel, Loco-Moción en fuga, Astillero y El pez de Jonás, que viene a tragárselo y es devorado por los pescadores-pecadores, a quienes el hambre y la lucha casi ciega por sobrevivir impiden dedicarse a conservar un inmueble, por muy importante que éste sea, para mantener vivo el paisaje de sus infancias. Y lo es, entre otras cosas, por una razón bien elocuente: cuando el ferry partía de Batabanó rumbo a la Isla de Pinos (ahora Isla de la Juventud), lo último que se perdía en la línea del horizonte era la silueta del Cervantes.
Batabanó, donde Vicente nació y vive hace 31 años, es un pueblo costero del sur de La Habana que prosperó a principios del siglo pasado gracias a las industrias de la esponja y el carbón. Muchos de quienes llegaban de paso a veces se quedaban en la ciudad costera para emprender sus negocios. El devenir de 400 y tantos años de historia, la mitología marinera y las particularidades de los numerosos grupos étnicos que fueron asentándose en el lugar emergen ahora en la serie El Maravilloso Mundo de Bujamey, cuya motivación original parece ser el itinerario marcado por inmigrantes que luego se convirtieron en emigrantes, no sólo a partir de 1959, sino desde siempre y, sobre todo, a raíz del ciclón que azotó al pueblo en 1944.
``Mucha de esa gente llegaron y se fueron después del ciclón de 1944, porque el carbón y la esponja bajaron de precio y Batabanó dejó de ser un punto obligado de tránsito entre La Habana y la Isla [de Pinos] con los vuelos directos'', refiere Vicente. ``Ciclones anteriores también hicieron estragos, como el del 26, que se llevó el Hotel Miramar. Y el emigrante no es el único afectado: también el que se quedó. La muerte, el derrumbe y la emigración, o el exilio -como quieran llamarlo-, me arranca seres y cosas queridas. De pronto el ciclón puede convertirse en el cambio que se opera en nuestras vidas todos los días''.
Empezó a pintar sobre la fábula de Bujamey hace ocho años, los seis primeros mientras todavía trabajaba como profesor de Historia del Arte en el Instituto Superior Pedagógico de La Habana, donde también impartía clases de didáctica de la educación artística. Es decir, enseñaba cómo enseñar a entender las claves de una pintura sin necesidad de consultar al autor ni a un texto relativo, lo cual, obviamente, le ha dado un enorme caudal de referencias para emplear ese mismo conocimiento en sentido inverso, desde la posición del autor.
``Hay quien me ha catalogado de surrealista, otros de realista'', dice Hernández. ``Yo siento que lo que estoy haciendo es el equivalente al realismo mágico y a lo real maravilloso extrapolado a la pintura. Es la experiencia de la realidad del mundo mágico que envuelve la vida de un pueblo de pescadores en el sur de La Habana, la insularidad, la relación del hombre y el mar, el enfrentamiento a la costa, cómo penetra el mar, como la tierra y el hombre penetran en el mar''.
El origen del dirigible está en los cuentos que le hacía su abuelo materno de cómo los veía cruzar el cielo del pueblo cuando era niño. ``Yo no sé si será verdad o mentira del viejo, pero más grande que eso no se ha hecho nada que vuele'', indica Hernández. Viendo los globos aerostáticos repletos de casas, mástiles y gente, uno no puede dejar de recordar el título del poema de Virgilio Piñera, La isla en peso, y el final de la novela El color del verano, de Reinaldo Arenas, cuando Cuba entera se separa de su plataforma insular y navega lejos de sí misma.
Al final, toda la obra de Vicente Hernández reunida en la Galería Cernuda es una interrogación conmovedora sobre qué es lo verderamente importante en la vida; una advertencia de qué debemos proteger en nosotros si no queremos envilecernos cuando perdemos algo, igual si nos quedamos que si partimos.
`El Maravilloso Mundo de Bujamey', del pintor cubano Vicente Hernández en la Galería Cernuda, 3155 Ponce de León Blvd, Coral Gables. Martes a sábado de 12:00 m a 6:30 pm. Información: (305) 461 1050.
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