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La Tierra en Ciernes
Revista la Gaveta No. 10 Julio - Septiembre 2004
Delfina Rodríguez Martínez
LA TIERRA EN CIERNES
"Consideremos bello todo lo que podamos, pues la mayoría de la gente
no considera nada suficientemente bello."
Vincent Van Gogh.
El espíritu que anima el trabajo de un artista va más allá de cualquier
encasillamiento estilístico, filiación estético-filosófica o episodio epocal.
Se trata de un hombre cuya naturaleza genética, cosmogónica y divina impone la
manera de abordar el mundo que le ha tocado vivir.
En los albores del siglo veintiuno podemos encontrar muchos seres del siglo
veintinueve y otros tantos del siglo diecinueve; unos sumergidos en un
calculado tecnologismo con plasma de androide y otros empecinados en expresar,
a pesar de los riesgos, su espíritu romántico. Así va marchando la historia
humana; muy parecida a veces, y al mismo tiempo distinta.
Hoy nos preguntamos, por qué un hombre contemporáneo, que se identifica con la
obra de Goya, Manet y Vang Gogh, decide orientar su quehacer artístico bajo la
luz de estos presupuestos estéticos, y al margen de "lo último". Artistas como
este correrán el riesgo de convertirse en blanco perfecto de cierto sector de
la crítica "más actualizada". Algo muy lamentable pues el verdadero arte navega
sin tiempo y no tiene paciencia para un desfile de modas. Como dijera Picasso:
"Arte son pasiones y no buenas razones".
Juan Miguel Suárez Rodríguez siempre ha sido un joven inquieto, cuya
adolescencia se enmarañaba de dibujos sofocados por captar rostros trabajados
por el tiempo, nadie se lo impuso, nadie se lo inculcó, sólo su corazón definía
las reglas del juego. Era una especie de obsesión, algo muy fuerte, más fuerte
que él. Por aquellos años (década del 80) la generalidad del arte en nuestro
país se prodigaba como contestatario, polémico, efímero, circunstancial. Era
casi un pecado mortal hacer arte realista, naturalista o técnicamente virtuoso.
artistas como Tomás Sánchez sufrieron estos azotes. Así se tornaba el escenario
que aquel adolescente de 13 años tuvo que desafiar.
Consecuentemente con sus sueños y al margen de las exigencias del arte de
turno, prosiguió curtiendo sus pinceles en el oficio de hallar en cada rostro
humano la verdad de una época convulsa y lastimada.
Hay nombres que hoy vienen a mi mente y creo que, de cierta manera, lo protegen
desde lo alto: Daumier, Lautrec, Millet, Romañach, Martí... Ellos han dejado en
él la impronta del humanismo y el compromiso con su tiempo: la difícil tarea de
acercarse a los pobres de esta tierra y darse con humildad y mansedumbre de
corazón.
La obra que nos propone Juan Miguel procura revalorizar y replantear diferentes
presupuestos estéticos y filosóficos en torno al retrato, exponiendo un fuerte
contrapunteo entre tradición y contemporaneidad. Así, desafiando todas las
posibles encrucijadas, el artista se afinca a la buena pintura de paleta y
pincel, pero con la alternativa de una transgresión en el plano conceptual. Las
preocupaciones existenciales, la carga psicológica de sus personajes, superan
el virtuosismo técnico que sin lugar a dudas está patente en la estructura de
sus obras. Un paisaje humano-urbano-epocal bien contemporáneo, donde conviven
los desvastes de una época de tránsito y supervivencia, con un escenario humano
violentado y diluido por la contingencia y las adversidades de los tiempos.
Por qué Martí en este escenario.
Martí, que era un hombre con una vasta cultura y uno de los más grandes
pensadores de nuestra América, dedicó su vida, sus esfuerzos y su obra a los
más pobres de la tierra. Quizás él esté aquí presente en este proyecto para
proteger al hombre desvalido, indefenso, marginado por las circunstancias.
Cuando intercambiemos con las pinturas de Juan Miguel observaremos que en cada
mirada están los versos sencillos y los más complejos, están el león y el
siervo, en cada mirada está el apóstol. En cada mirada está el corazón del
artista, que expone a su vez el corazón de cada personaje, palpitante, entre
luces y sombras.
Delfina Rodríguez Martínez.
Lic. en Artes Visuales y Pintora
Texto publicado en la revista La Gaveta, No.10 Julio-Septiembre 2004
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