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Con la suerte de esta tierra, Juan Miguel echó su suerte
Arpón No. 15 Octubre de 2004
Ramón Fernández Calá
CON LA GENTE DE ESTA TIERRA, JUAN MIGUEL ECHÓ SU SUERTE
En vísperas de la exposición personal de Juan Miguel Suárez Con los pobres de
la tierra quiero yo mi suerte echar, se tejieron ardides de esquina, miradas
sospechosas fruncieron su seño y llegué a saber que "alguien" muy
preocupado "solicitó explicaciones" a funcionarios de la Cultura. Parecía que
después de las batallas campales entre los artistas y representantes
institucionales, que se originaron a mediado de los noventa en torno a los
murales que se pintaron por aquella época en diferentes sitios de la ciudad; la
muestra del polémico El Gran Apagón, de Pedro Pablo Oliva y otras exposiciones
con un alto grado de cuestionamiento social o político, ya habíamos quedado
curados de cualquier espanto en el orden de la apreciación de la obra de
nuestros artistas y la censura -ahora más autocensurada- asumiría su lugar en
casos de extremo cuidado.
La exposición de Juan Miguel fue inaugurada y está en la Galería Arturo
Regueiro. La acogida de público ha sido extraordinaria y me consta pues las
ocasiones en que he asistido a realizar mis lecturas siempre he visto personas
interesadas, unas curioseando, otras admirando, pero todas participando a
manera de un performance popular. Sin embargo, las conjeturas previas y esa
especie de comedia que se ve en ocasiones en la galería, me alertan de que la
percepción de las obras expuestas puede tomar el camino equivocado, avance por
la tangente o simplemente se les eche un vistazo superficial, totalmente
epidérmico, de disfrute carnavalesco.
Con los pobres de la tierra quiero yo mi suerte echar, es una exposición que
derrocha aguda inteligencia, exquisito oficio (pido clemencia por lo empalagoso
de los calificativos, pero es así). Acercarse a ésta como a un divertimento,
nos hará salir de la galería ciegos; ceguera que se multiplicará hasta alcanzar
toda la ciudad como una epidemia y nos tendrán que aislar, recluyéndonos tras
espantosos muros donde aflorará sin remedio alguno, toda la miseria humana. Ya
José Saramago lo advirtió una vez. Es que Juan Miguel se comunica con un
verismo poco usual ya, en una época en la que los códigos visuales se han
complejizado, el arte se ha tornado más ambiguo, los recursos tradicionales de
la pintura se han visto permeados por la experimentación, florece el
instalacionismo, el arte digital y con éste la interactividad y los hipertextos
y por si fuera poco el retrato está casi olvidado, tendido con un tiro de
gracia en la nuca; pero ojo, que todo su oficio en el dominio del dibujo y el
kroma se pone en práctica para la elaboración de un texto muy sugerente que se
oculta en la manera comprometida de este joven artista con el mundo en que
vive.
Los personajes de los que se apropia Juan Miguel -que nadie ose pensar que su
autorretrato no es uno más- van a sintetizar una visión bastante heterodoxa
sobre la historia, la cultura, la idiosincrasia, la vida misma. Obsérvese que
el pintor, intencional o no (dudo que no lo sea) asume lo evocativo, como uno
de los elementos unificadores dentro de la diversidad de rostros, posturas,
conductas, maneras. Es como si cada ser retratado por Juan Miguel nos obligara
a mirarle diferente, a disentir de lo que habitualmente es tomado como el "debe
ser" de la opinión pública. Tal parece que a cada personaje le floreciera su
lado oculto, no aquel que ellos esconden, sino el que nosotros nos negamos a
ver, el que nos resistimos a aceptar por millones de prejuicios que tornan a
unos abortos de la sociedad; a otros, mitos inalcanzables poco menos que
intocables y a terceros, en rarezas que habitan fuera del conglomerado. Esta
incitación a descubrir el enigma oculto no se debe confundir con la compasión,
pues de lo que se trata es de hurgar en las zonas que nos hacen afines a los
seres humanos. Sólo así será posible acercarse a la verdad que plantea Juan
Miguel y aceptar que un mismo recinto sea visitado por el espíritu de nuestro
Apóstol Martí, las melodías de Polo, la misericordia de una Madre Superiora, la
modestia de un Was, la ingenua bravura de Lázaro, el silencio de una mujer-
liebre, la súplica de Felito, la bendición de su padre.
Es entonces que descubrimos el indudable sentido que tienen los versos de José
Martí titulando la exposición; recurso que no es una mera artimaña, mucho menos
intenta el artista congraciarse con la publicidad. Eso sí, nos pone ante el
dilema de conocer cuál es nuestra verdadera dimensión humana.
Ramón Fernández Cala.
Crítico de arte. Director de la Editorial Cauce
Texto publicado en Arpón. No. 15 Octubre de 2004
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