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Publications Besmar : Hierofanías Besmar : Hierofanías
catálogo de la exposición ASCENSIONES 2000

Rafael Almanza Alonso

Para apreciar la pintura de Joel Besmar nos vienen sobrando las referencias de moda, ésas sin las que ya nadie se atreve a entrar en una galería, so pena de tener que mirar. El misterio de la mirada ha sido una de sus obsesiones, porque el arte de cognición y sabiduría, de construcción y serenidad a que continuamente aspira, se intenta en él desde los recursos prístinos de su milenario oficio: el desafío de la realidad como símbolo, como sustancia mítica que hay que trasponer en una superficie humilde y enigmática, mirando al mundo y dejándose mirar por él. Aquí no hay ismos, ni concepto, ni anécdota, ni culto del día, ni valores lúdicos, ni destreza tecnológica; y sobre todo no hay vacío de fe, ni su implacable consecuencia: la ironía que corroe a todo el arte contemporáneo.
El artista trabaja en serio en un arte intensamente semántico, con el que construye una sabiduría exterior a la obra pero ostensible en ella: un icono privado pero compartible, un estudio de las realidades divinas en el hombre como estructura inalienable y como energía permanente. Quizá sea esto lo que la pintura antropológica buscaba: una antropofanía: la plenitud de los signos sagrados del hombre, pero no desde sus manifestaciones exteriores o puramente históricas, no como información o como nostalgia sino en calidad de una investigación acumulada y viva, procurada y jubilosamente culminada hoy, ahora.
Sus incorporaciones de las culturas de Oriente y Occidente no actúan pues como citas: son piedra y argamasa del templo. Su recurso composicional básico, el mandala, se emplea como una experiencia interior que rige su afán de un arte grave y centrado, tranquilo y superior al mundo y capaz de llevarnos a su corazón trascendente. Este artífice que ha probado tener todas las malicias se atreve a organizarse en torno a un procedimiento elemental con una voluntad de despojamiento que equivale a una certeza de la gracia. Sus series sucesivas – La Montaña Sagrada, La Piedra Despertada, La Mirada Vertical -, han erigido ya un reino pictórico autónomo, que espera pacientemente ojos benditos y agradecidos. Hay que mirar, hay que dejarse mirar y hay que volver a mirar.

Este conjunto de colgantes es una serie culminadora de estas indagaciones. El icono se desprende aquí del cuadro y de la pared, para insinuar directamente el objeto ritual que, por su misma condición espacial, evoca el templo y lo conforma. En oposición a la ojiva gótica, el colgante cuelga, obedece a la gravedad, acepta que la tensión entre lo alto y lo bajo se defina a favor de la sacralidad de lo segundo: pero sólo para alzarse de inmediato con arrebato telúrico hacia una coronación arriba, donde el hombre paradigmático se ofrece glorioso, nudo sufriente e irradiante de todas las versiones de la realidad. Los ritmos binarios así definidos- objeto y espacio, arriba y abajo, agua y fuego, masculino y femenino, sombra y luz- dinamizan el estatismo del centro mismo del mandala, y a la vez lo conservan y lo encienden en una condición hipnótica y una delicia visual. Cada colgante es una oración fervorosa, una confesión y un cántico de alabanza. Todas las energías del pintor - orante se reúnen en un instante de equilibrio dichoso, en una paz que mana sin cesar vida y sentido o por el contrario estalla en un combate de autosuperación, de dolor y de esfuerzo proyectados como sacrificio, en la que todo lo bajo es asumido para la labor del bautismo y la ascensión espirituales. Ante esta explosión de los sentidos profundos del ser, Mircea Eliade hubiese hablado de una Kratofanía, el momento clásico de todas las tradiciones religiosas en que la hierofanía, la manifestación de lo sagrado, se presenta como fuerza. Pero significativamente la serie no se resuelve en escándalo – ya hay suficiente en más de un siglo de arte último – sino en una armonía muy gentil de preguntas y respuestas, en un espejeo de temas y soluciones que riman, consuenan y dilatan sus sugerencias en una escala dulce, propiamente humana. Así, la habitación de la mirada en el espacio se convierte en un espacio de la mirada en la habitación del ser, con todas sus tensiones, sus posibilidades profanas y sagradas. Que el arte es sacro y que lo sagrado es fiesta. Que el mundo es superable desde dentro, desde el hombre primario investido con los poderes de su Creador. Que estamos aquí para glorificar, creando.



Rafael Almanza Alonso
Poeta, narrador y crítico de arte.


(Texto del catálogo de la exposición ASCENSIONES, Centro de Desarrollo de las Artes Visuales. La Habana, 2000)

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